Hace más de un lustro que ya no consumo veneno de escenario. Un camerino, o algo parecido, el estómago revuelto, la sequedad en la garganta y la pregunta de siempre: ¿qué cojones hago yo aquí? Unos minutos después te va subiendo, la adrenalina dicen que es; te dejan de temblar las rodillas y al poco, estás tocando la última canción. Todo pasa muy rápido y te quedas con hambre. Quieres más. Y te enganchas, claro.